El Pernales
Desalmado bandido para algunos, víctima del hambre para otros. Se cumplen ahora cien años de la violenta muerte de Francisco de Paula José Ríos González, ’El Pernales’, el último bandolero de renombre que cayó abatido por los disparos de la Guardia Civil al sur de la provincia de Albacete. Contaba con 28 años de edad. Aún hoy, en pleno siglo XXI, en su tumba del cementerio de Alcaraz (Albacete) nunca falta un ramo de flores frescas, montaraces y asilvestradas. Como él.
’El Pernales’ destacó en su corta vida por sacar de quicio a los políticos de la época, presionados por los terratenientes para acabar con el bandolerismo. Ahora, qué cosas, otros políticos, los de la Diputación de Albacete, han decidido recordar su figura con una ruta turística por los pueblos de la Sierra de Alcaraz (los últimos que recorrió en vida) y con la edición especial de 1.500 ejemplares de la revista cultural ’Zahora’, la cual le dedica su último número con la publicación de un concienzudo trabajo que firma Antonio Matea, experto en la vida de ’El Pernales’.
Los comienzos
’El Pernales’ vino al mundo un 23 de julio de 1879 en Estepa (Sevilla), cuna de otros ilustres bandoleros como Juan Caballero ’El Lero’, o Joaquín Camargo Gómez, apodado ’El Vivillo’, por ser demasiado despabilado para su época y condición social. El pequeño Francisco conoció muy pronto las dificultades de su familia para sobrevivir como jornaleros en los cortijos de la comarca a cambio de un salario mísero. Su padre, pequeño ladronzuelo de campos, fue su primer maestro. «En uno de estos robos su padre fue sorprendido por la Benemérita. Uno de los guardias (un tal sargento Padilla) le golpeó en la cabeza y a consecuencia de este golpe poco después moriría. Su hijo Francisco juró entonces vengarse», explica el investigador Antonio Matea.
Se inició entonces una carrera delictiva que le llevó por los campos de Sevilla, Córdoba, Málaga y Jaén, hasta que un 31 de agosto de 1907 expiró en el paraje de Las Morricas, en Villaverde de Guadalimar (Albacete). Le acompañaba Antonio Jiménez Rodríguez, ’El Niño del Arahal’.
¿Por qué? Un guarda forestal los identificó cerca de Villaverde de Guadalimar y comunicó el hecho a la Benemérita. Luego, el teniente Haro, el cabo Villaescusa y los guardias Redondo, Codina y Segovia pasarían a la historia como los que acabaron a tiros con los últimos bandoleros de «prestigio» del sur de España.
Los cadáveres de ’El Pernales’ -en su bolsillo portaba una carta en la que comunicaba a su madre que acababa de tener un hijo más- y ’El Niño’ fueron trasladados a Bienservida (Albacete); expuestos luego a la vista del público cual ’aviso a navegantes’ y, finalmente, sepultados en el cementerio de Alcaraz.
Muy bajito
El informe oficial que redactó el teniente Haro tras abatirlos incluía la mejor descripción realizada hasta la fecha de ’El Pernales’: «Aparenta ser de unos veintiocho años, de 1,49 metros, ancho de espaldas y pecho, algo rubio, quemado por el sol, con pecas, color pálido, ojos grandes y azules, pestañas despobladas y arqueadas hacia arriba».
Su apodo, ’Pernales’, derivado del vocablo ’pedernales’, define el duro carácter que mostró a lo largo de su existencia y que su propia fama se encargó de forjar. De él se ha dicho que violaba a mujeres en sus asaltos; que maltrataba a sus compañeras sentimentales y que en más de una ocasión, aturdido por el lloriqueo de sus hijas, llegó a quemarlas con una moneda calentada previamente entre brasas.
Sus enfrentamientos con la Guardia Civil fueron numerosos y sus visitas a los calabozos más que frecuentes. A los ricos que asaltaba solía pedirles mil pesetas; a veces repartía parte del botín y algún que otro cigarrillo sustraído entre los más humildes que se cruzaban a su paso y nunca olvidaba una traición. Esto último lo experimentó en sus carnes en 1906 el encargado de un cortijo apodado ’El Macareno’, que envenenó con una paella a parte de la banda de ’El Pernales’ para cobrar la recompensa que ofrecían las autoridades. Francisco sobrevivió de milagro y tiempo más tarde, ya recuperado, lo buscó para darle una muerte lenta y dolorosa.